Siara
Saturday, August 26, 2006
El chico del Metro
El trayecto desde mi casa hasta la oficina o la universidad siempre es un poco monótona, todo se basa a la rutina del metro y recorrer siempre las mismas estaciones. Apenas un par de minutos me separan de la aglomeración cotidiana de personas anónimas obligadas a compartir un espacio reducido. Siempre me ha causado extrañeza la sensación de silencio que se respira, con tantas personas juntas.
Cuando alguien entabla una trivial conversación con cualquier pasajero, unas miradas de asombro, extrañeza y curiosidad se abalanzan sobre el responsable de los sonidos que rompen el ruidoso silencio. Los ecos de algún diminuto aparato de música, llegan hasta mí, mientras me las ingenio para no abalanzarme sobre el chico con los ojos más dormidos que yo, que me cierra el paso hacia la puerta de salida del vagón.En cada parada, se me conceden unos pocos segundos de espacio gratuito, antes de que éste vuelva a ser ocupado por risueñas adolescentes o inexpresivos rostros anónimos.Suelo tardar unos 40 o 50 minutos para recorrer las paradas que me separan de mi destino, la estación de metro, y en ella las carreras para ganar los primeros puestos en la escalera mecánica se mezclan con los que como yo piensan que no vale la pena correr tanto; que espere el trabajo, la calle y el café de las 9 menos 10.Al final de la escalera, se accede a una gran sala interior que sirve de distribuidor para otras líneas de metro, y para varias salidas del mismo. Un reloj metálico gigante colgado del techo me recuerda la hora en la que deambulo por el pasillo central e intento acceder a las últimas escaleras que me conducirán a luz de día y al bullicio de una fría y lluviosa mañana.Cuando la luz artificial se mezcla con la de la calle, casi tropiezo con unos pies que semi tapados por unos cartones ocupan el ultimo descansillo antes del tramo final de escaleras. Con un gesto de autómata dirijo mi mirada hacia el dueño de dos largas y tejanas piernas. Con la prisa del momento tan solo llego a observar a una cara masculina de melena suicia y negra apoyada sobre la pared.Llego a la calle, me dirijo a la cafetería; mi café me espera y también mi jornada laboral que después de unos 10 minutos en la cafetería, me aguarda impaciente e implacable.El despertador del día siguiente suena igual que el del día anterior, y las caras del metro sin ser las mismas, si que llevan las mismas expresiones de sueño y de ausencia que las de ayer. Me entretengo guardando mi periódico en mi practica mochila que me cruza por la mitad y cuelga del lado derecho, el tiempo justo de dejar que todo el mundo me adelante y la salida del metro se convierta en una experiencia insólita de soledad y tranquilidad.Con la calzada despejada me dirijo a la misma salida exterior de ayer, y me fijo en la persona de la que ayer tan solo obtuve una mínima imagen.Subo despacio las escaleras, mientras lo observo. No debe tener mas de 30 años; está sentado sobre unos cartones que días antes fueron cajas de tabaco. Viste un suéter verde, oscuro, como su pelo, y unos pantalones de mezclilla llenos de manchas de mil y una cosas distintas. Su cara larga, escondida sobre los pelos mal peinados de su frente, reposa caído hacia su izquierda, apoyado sobre la gris pared de la estación del metro.Un roto vaso de plástico de coca-cola, le sirve para que le arrojemos algunas monedas. A su derecha una bolsa de papel con restos de un bocadillo simboliza una bohemia imagen. Me detengo frente a el, pero debo apartarme rápido. Otro metro acaba de llegar y estoy molestando a los que suben como yo con prisas para alcanzar la luz del día.Me apoyo en la pared de enfrente, y dejo que las personas que pasan me dejen observarlo.¿Y que carajo hago yo aquí?...que absurdo…sacrificando mis 10 minutos mi tiempo para ir por mi café, contemplando a un desconocido en el metro…
Decidí marcharme no sin antes comprobar que su vaso de coca-cola estaba tan solo ocupado por unas pocas monedas de cincuenta centavos y un peso, gracioso pero alguien le ha lanzado una goma de mascar…¿Por qué un chico tan joven, no estaba trabajando?, ¿que hacia pidiendo limosna en el metro?...
Todas las típicas preguntas sobre los típicos estereotipos, retumbaban dentro de mi cabeza mientras recorría los 500 metros que me llevaban a mi aula de clases.
Las visitas del día, me llevaron por otras zonas de la ciudad, y no pude saber si por las tardes o por las noches, aquel chico del metro seguía en el mismo lugar, en la misma posición…El día siguiente me levante unos minutos antes de que mi despertador me lo indicara, y creo que también me arreglé más rápido que otros días.
Síntoma evidente de que había salido antes de casa, es que el metro venia mas lleno de lo normal, y me tenia que pelear por unos pocos centímetros de espacio en el primer vagón.Le gane tiempo al tiempo y subí las escaleras del metro corriendo. Quería ver a el chico del metro. El chico del metro. Ya le había puesto nombre a un desconocido.Y ahí estaba. Ahí seguía estando. Semi tumbado en el sucio suelo. Con sus cartones, su vaso roto y la misma cara de languidez que ayer…La absurdidad de mi situación dio una vuelta de tuerca más, para sentarme también en el suelo, frente a el, con tan solo dos escasos metros de distancia entre sus sucios tenis y mis inmaculados tenis de marca.
El chico del metro no se movía. Como si fuera la estampa de una imagen pictórica, seguía adormilada, sin fijarse en las pocas, en las poquísimas monedas que le iban cayendo en su vaso.Pasaron minutos, varios minutos. Hoy mi búsqueda por un café tendrá que ser más rápido que lo normal. De repente algo pasó. El chico del metro se volvió, giró la cabeza y me miró. Por primera vez, pude verle sus ojos verdes, sus especiales ojos verdes ocultos bajo una mirada de tristeza. Nuestras miradas se encontraron y creí ver una pequeña sonrisa en su cara.Los pasajeros que salían del metro, me impedían contemplarlo con toda la tranquilidad que yo quisiera, y con el trasiego de las personas, no supe ver si seguía mirándome o su cara se había de nuevo ocultado.Absurdo. Me sentía la persona más estúpida del mundo, por estar en donde estaba. Y me fui.Pero un día más llegó. Y el seguía estando en el mismo lugar…Los impulsos de las personas no obedecen a ninguna razón concreta, y un impulso inexplicable me llevó a sentarme a su lado.El chico del metro, notó mi presencia, dejó su posición cotidiana, y apoyo su cabeza sobre mi chamarra y sobre mi hombro.Los viajeros anónimos del metro, dejaron de serlo cuando me sentí observado por todos los que subían las escaleras de salida. Decenas, cientos de ojos me miraban, me observaba y seguramente me juzgaban. El chico del metro no se movía. Sentía su respiración, notaba su olor de suciedad que impregnaba todo el diminuto espacio y observé que en su vaso roto, no habría más de tres pesos en varias monedas.Quise avanzar un poco más en esta surrealista situación y me atreví a hablarle.-¿Cómo te llamas?...Silencio…El chico del metro no me contestó…-¿puedo ayudarte en algo?...Silencio…El chico del metro, seguía sin contestarme, sin dar muestras de que necesitara algo mas que no fuera mi hombro.Aunque yo sabía que necesitaba de todo. Y de algo más.Un señor en edad de jubilación, se nos quedó mirando. Creía que nos diría algo o nos daría unas monedas. Y aparte de sorprenderme porque ya me sentía pensando en plural, tan solo, note un gesto de desprecio por su parte y unas palabras ininteligibles que me sonaron algo así como a “lastima de juventud”.El tiempo iba pasando. Mi trasero se estaba contagiando de la temperatura helada del suelo. Y su olor desagradable empezaba a impregnarse en mí. Tendría que buscar una excusa cuando llegara a clase, para justificar tanto retraso. El chico del metro, retiró su cabeza de mi hombro, con su mano se descubrió la cara, y me volvió a sonreír. Una sonrisa larga que mostraba una dentadura blanca y perfecta. Mucho más que la mía.-hola, ¿te puedo ayudar?...Silencio de nuevo.Volvió a apoyar su cabeza en la pared, momento que yo aproveché para levantarme, y casi como con miedo irme de allí.Pero su olor, su desagradable olor, me acompañaba.Estaba decidido. Hoy, intentaría arrancarle unas palabras, incluso le iría a buscar algo de comida, le daría dinero. Quería, sin saber porque, ayudarlo, convertirme en algo más que un simple pasajero mas del metro.
Me levanté más temprano. Salí de casa más rápido. Quería tener más tiempo para llevar a cabo mi tarea. Pero el chico del metro, no estaba.No estaban los cartones, ni su vaso roto. No estaba su olor. Él no estaba.Desorientada, triste, confusa… ¿Dónde estaría?... ¿la habría asustado yo?... ¿tenía yo la culpa de algo?....Pase todo el día, todo el fin de semana preguntándome que ocurrió, donde estaría….El lunes por la mañana, un titular de la prensa gratuita decía:Hallado muerto un chico en el vestíbulo del metro.Se había fugado de un centro psiquiátrico hace dos semanas.En la séptima página, en las noticias de sociedad, se contaba que tenía 22 años, que padecía un severo grado aislamiento emocional, y que se había fugado de un centro psiquiátrico.Había muerto de frió.Lloré. Lloré por alguien que no conocía, lloré por pensar que podía haberlo ayudado, lloré por sentirme culpable de alguna manera.El martes por la mañana, en mi viaje rutinario en el metro, los viajeros seguían estando en silencio, los ruidos de los mp3 llegaban a mis oídos, y me tenía que seguir peleando por un espacio en el vagón.Seguramente nadie había llegado a conocer a el chico del metro. Se llamaba Gonzalo.
Cuando alguien entabla una trivial conversación con cualquier pasajero, unas miradas de asombro, extrañeza y curiosidad se abalanzan sobre el responsable de los sonidos que rompen el ruidoso silencio. Los ecos de algún diminuto aparato de música, llegan hasta mí, mientras me las ingenio para no abalanzarme sobre el chico con los ojos más dormidos que yo, que me cierra el paso hacia la puerta de salida del vagón.En cada parada, se me conceden unos pocos segundos de espacio gratuito, antes de que éste vuelva a ser ocupado por risueñas adolescentes o inexpresivos rostros anónimos.Suelo tardar unos 40 o 50 minutos para recorrer las paradas que me separan de mi destino, la estación de metro, y en ella las carreras para ganar los primeros puestos en la escalera mecánica se mezclan con los que como yo piensan que no vale la pena correr tanto; que espere el trabajo, la calle y el café de las 9 menos 10.Al final de la escalera, se accede a una gran sala interior que sirve de distribuidor para otras líneas de metro, y para varias salidas del mismo. Un reloj metálico gigante colgado del techo me recuerda la hora en la que deambulo por el pasillo central e intento acceder a las últimas escaleras que me conducirán a luz de día y al bullicio de una fría y lluviosa mañana.Cuando la luz artificial se mezcla con la de la calle, casi tropiezo con unos pies que semi tapados por unos cartones ocupan el ultimo descansillo antes del tramo final de escaleras. Con un gesto de autómata dirijo mi mirada hacia el dueño de dos largas y tejanas piernas. Con la prisa del momento tan solo llego a observar a una cara masculina de melena suicia y negra apoyada sobre la pared.Llego a la calle, me dirijo a la cafetería; mi café me espera y también mi jornada laboral que después de unos 10 minutos en la cafetería, me aguarda impaciente e implacable.El despertador del día siguiente suena igual que el del día anterior, y las caras del metro sin ser las mismas, si que llevan las mismas expresiones de sueño y de ausencia que las de ayer. Me entretengo guardando mi periódico en mi practica mochila que me cruza por la mitad y cuelga del lado derecho, el tiempo justo de dejar que todo el mundo me adelante y la salida del metro se convierta en una experiencia insólita de soledad y tranquilidad.Con la calzada despejada me dirijo a la misma salida exterior de ayer, y me fijo en la persona de la que ayer tan solo obtuve una mínima imagen.Subo despacio las escaleras, mientras lo observo. No debe tener mas de 30 años; está sentado sobre unos cartones que días antes fueron cajas de tabaco. Viste un suéter verde, oscuro, como su pelo, y unos pantalones de mezclilla llenos de manchas de mil y una cosas distintas. Su cara larga, escondida sobre los pelos mal peinados de su frente, reposa caído hacia su izquierda, apoyado sobre la gris pared de la estación del metro.Un roto vaso de plástico de coca-cola, le sirve para que le arrojemos algunas monedas. A su derecha una bolsa de papel con restos de un bocadillo simboliza una bohemia imagen. Me detengo frente a el, pero debo apartarme rápido. Otro metro acaba de llegar y estoy molestando a los que suben como yo con prisas para alcanzar la luz del día.Me apoyo en la pared de enfrente, y dejo que las personas que pasan me dejen observarlo.¿Y que carajo hago yo aquí?...que absurdo…sacrificando mis 10 minutos mi tiempo para ir por mi café, contemplando a un desconocido en el metro…
Decidí marcharme no sin antes comprobar que su vaso de coca-cola estaba tan solo ocupado por unas pocas monedas de cincuenta centavos y un peso, gracioso pero alguien le ha lanzado una goma de mascar…¿Por qué un chico tan joven, no estaba trabajando?, ¿que hacia pidiendo limosna en el metro?...
Todas las típicas preguntas sobre los típicos estereotipos, retumbaban dentro de mi cabeza mientras recorría los 500 metros que me llevaban a mi aula de clases.
Las visitas del día, me llevaron por otras zonas de la ciudad, y no pude saber si por las tardes o por las noches, aquel chico del metro seguía en el mismo lugar, en la misma posición…El día siguiente me levante unos minutos antes de que mi despertador me lo indicara, y creo que también me arreglé más rápido que otros días.
Síntoma evidente de que había salido antes de casa, es que el metro venia mas lleno de lo normal, y me tenia que pelear por unos pocos centímetros de espacio en el primer vagón.Le gane tiempo al tiempo y subí las escaleras del metro corriendo. Quería ver a el chico del metro. El chico del metro. Ya le había puesto nombre a un desconocido.Y ahí estaba. Ahí seguía estando. Semi tumbado en el sucio suelo. Con sus cartones, su vaso roto y la misma cara de languidez que ayer…La absurdidad de mi situación dio una vuelta de tuerca más, para sentarme también en el suelo, frente a el, con tan solo dos escasos metros de distancia entre sus sucios tenis y mis inmaculados tenis de marca.
El chico del metro no se movía. Como si fuera la estampa de una imagen pictórica, seguía adormilada, sin fijarse en las pocas, en las poquísimas monedas que le iban cayendo en su vaso.Pasaron minutos, varios minutos. Hoy mi búsqueda por un café tendrá que ser más rápido que lo normal. De repente algo pasó. El chico del metro se volvió, giró la cabeza y me miró. Por primera vez, pude verle sus ojos verdes, sus especiales ojos verdes ocultos bajo una mirada de tristeza. Nuestras miradas se encontraron y creí ver una pequeña sonrisa en su cara.Los pasajeros que salían del metro, me impedían contemplarlo con toda la tranquilidad que yo quisiera, y con el trasiego de las personas, no supe ver si seguía mirándome o su cara se había de nuevo ocultado.Absurdo. Me sentía la persona más estúpida del mundo, por estar en donde estaba. Y me fui.Pero un día más llegó. Y el seguía estando en el mismo lugar…Los impulsos de las personas no obedecen a ninguna razón concreta, y un impulso inexplicable me llevó a sentarme a su lado.El chico del metro, notó mi presencia, dejó su posición cotidiana, y apoyo su cabeza sobre mi chamarra y sobre mi hombro.Los viajeros anónimos del metro, dejaron de serlo cuando me sentí observado por todos los que subían las escaleras de salida. Decenas, cientos de ojos me miraban, me observaba y seguramente me juzgaban. El chico del metro no se movía. Sentía su respiración, notaba su olor de suciedad que impregnaba todo el diminuto espacio y observé que en su vaso roto, no habría más de tres pesos en varias monedas.Quise avanzar un poco más en esta surrealista situación y me atreví a hablarle.-¿Cómo te llamas?...Silencio…El chico del metro no me contestó…-¿puedo ayudarte en algo?...Silencio…El chico del metro, seguía sin contestarme, sin dar muestras de que necesitara algo mas que no fuera mi hombro.Aunque yo sabía que necesitaba de todo. Y de algo más.Un señor en edad de jubilación, se nos quedó mirando. Creía que nos diría algo o nos daría unas monedas. Y aparte de sorprenderme porque ya me sentía pensando en plural, tan solo, note un gesto de desprecio por su parte y unas palabras ininteligibles que me sonaron algo así como a “lastima de juventud”.El tiempo iba pasando. Mi trasero se estaba contagiando de la temperatura helada del suelo. Y su olor desagradable empezaba a impregnarse en mí. Tendría que buscar una excusa cuando llegara a clase, para justificar tanto retraso. El chico del metro, retiró su cabeza de mi hombro, con su mano se descubrió la cara, y me volvió a sonreír. Una sonrisa larga que mostraba una dentadura blanca y perfecta. Mucho más que la mía.-hola, ¿te puedo ayudar?...Silencio de nuevo.Volvió a apoyar su cabeza en la pared, momento que yo aproveché para levantarme, y casi como con miedo irme de allí.Pero su olor, su desagradable olor, me acompañaba.Estaba decidido. Hoy, intentaría arrancarle unas palabras, incluso le iría a buscar algo de comida, le daría dinero. Quería, sin saber porque, ayudarlo, convertirme en algo más que un simple pasajero mas del metro.
Me levanté más temprano. Salí de casa más rápido. Quería tener más tiempo para llevar a cabo mi tarea. Pero el chico del metro, no estaba.No estaban los cartones, ni su vaso roto. No estaba su olor. Él no estaba.Desorientada, triste, confusa… ¿Dónde estaría?... ¿la habría asustado yo?... ¿tenía yo la culpa de algo?....Pase todo el día, todo el fin de semana preguntándome que ocurrió, donde estaría….El lunes por la mañana, un titular de la prensa gratuita decía:Hallado muerto un chico en el vestíbulo del metro.Se había fugado de un centro psiquiátrico hace dos semanas.En la séptima página, en las noticias de sociedad, se contaba que tenía 22 años, que padecía un severo grado aislamiento emocional, y que se había fugado de un centro psiquiátrico.Había muerto de frió.Lloré. Lloré por alguien que no conocía, lloré por pensar que podía haberlo ayudado, lloré por sentirme culpable de alguna manera.El martes por la mañana, en mi viaje rutinario en el metro, los viajeros seguían estando en silencio, los ruidos de los mp3 llegaban a mis oídos, y me tenía que seguir peleando por un espacio en el vagón.Seguramente nadie había llegado a conocer a el chico del metro. Se llamaba Gonzalo.
posted by Siara at 2:17 AM

4 Comments:
una de las historias mas conmovedoras e inteligenters que he tenido la fortuna de leer, sigue con el buen trabajo, que te haz ganado a un lector.
atte:Raggamuffin, saludos desde este infierno llamado mexicali.
Y tu que te consideras maniaca y asesina, cada vez me convenso más que no eres tan mala como dices ser, no se si tu historia sea algo veridico o no, pero lo que si sé es que tú si eres capaz de sentir ternura y lastima por un desconocido, algo que ya no se ve en esta ciudad, excelente trabajo.
Alguna vez lei un caso similar en un libro de Coelho, el decia que ese tipo de situaciones llegan a llamar la atencion, porque pierdes un poco la simplicidad de tu nocion cotidiana y al ver algo que es constante, tiende a llamar la atencion en pocas palabras "Al ver la misma rareza, tiende a volverse familiar" y mas en una agitada ciudad como la de alla, es mas impactante convertirte en un personaje de una historia que no te das cuenta de ¿como? pero ya es interesante.
Saluditos.
=o Como se dice popularmente hoy en dia "eso es ser un buen samaritano" como decian juju si eras tu aquella chica, la neta eres toda un amor =P y si no tambien lo eres, por pensar en ello y reflejarlo en tu escrito. Escribes muy lindo.
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